DE PERROS Y
PERSONAS
O todo el mundo es
bueno hasta que se demuestra lo contrario
Estaba yo
paseando con Piula y Nino, sabia experimentada ella, un alboroto atronador él,
y con eso que cavilaba sobre aquello tan manido del amor de los animales. Y yo,
en mis trece, que no, que los animales, los perros, no quieren, al menos no
como los humanos.
No, amor es
una palabra que queja coja; un mal eufemismo con que los humanos, impotentes,
queremos disimular este fino y atávico hilo de plata que une a un animal de compañía, acompañante, con su acompañador.
Hablo de un
sentimiento ya perdido en el fondo de los siglos con tanto pensador y tanta
religión. Hablo de un compromiso que rompe con toda frontera y que es, por
supuesto absolutamente desinteresado. Ya sé que se me puede decir que un perro,
en definitiva es un ser masoquista que nos soporta por un cuenco de pienso (en
realidad hay quien me lo ha dicho). Pero esto es ver la cuestión con una
cortedad de vista de muchas dioptrías.
Un perro,
claro, quera compartir nuestra comida. Y si puede, intentará acapararla para él
solo; es supervivencia. Pero su compromiso con nosotros no disminuirá ni un
ápice; todo lo contrario, pacientemente aguantará que lo saquemos a las cinco
de la mañana, con todo el frió de la noche de invierno; que le administremos
las comidas; que lo llevemos con nosotros en un viaje en coche o, peor, que lo
dejemos solo unas horas. En otras palabras, la generosidad es su naturaleza.
Podemos suavizarlo con palabras zalameras, pero, debemos afrontar que flaco favor nos hizo la naturaleza dotándonos con intelecto (a nosotros, que no tenemos fuerza, ni agilidad, ni velocidad, solo nos queda el intelecto para ser candidatos a la supervivencia como especie). Un flaco favor pues se olvidó de cortar unos (indeseados) estímulos para la supervivencia degenerando en codicia, avaricia, soberbia, egoísmo y así la gran obra de la naturaleza se ha pervertido en un ser arrogante, individualista (lo contrario que los perros), cretino e hipócrita —sobre todo hipócrita—.
Aprenderé
de Piula, de Nino: no más codicia, soberbia y sobre todo no más hipocresía. Al César lo que es del César; yo, como un perro, unido en intima simbiosis a mi
gente, a mi familia atávica y a la naturaleza, repartiré la generosidad y
paciencia (esto último va a costar… en fin) y a los demás, bambú. Eso sí, las
tostadas con mermelada y zumo de naranja (grande) del sábado no me las quita ni
Dios. ¿Dios? I ahora que lo pienso ¿Quién
narices es Dios?